Ya estaba saliendo el sol, y podían ver con mayor claridad donde se encontraban; agotados, desnudos y con frío, estaban todos juntos tratando de darse calor. No comprendían que había sucedido, pero una sola cosa era clara:
La soledad los invadía y no había señales de vida…
La supervivencia era lo único que tenían en mente. Por esto, los cinco niños decidieron salir a explorar. Antonia y Alejandra caminaron por la orilla de la playa; mientras que Ignacio, Javier y Fernando hacia el interior de la selva.
En las profundidades de la jungla, la gran frondosidad de los árboles ocultaba cada detalle a la vista de los niños. Era necesario buscar una forma de cubrir sus cuerpos; Fernando dotado de perspicacia, pensó que las grandes hojas de las palmeras, serían un buen material para crear vestimenta, pronto se haría tarde y lo principal para ellos era resguardarse del frío y la humedad de la noche. Rasgaron las enormes hojas y las trenzaron con el fin de tapar más sus cuerpos. Y cortaron más para llevarlas a sus hermanas.
Ignacio alerta frente a lo que pudiera suceder, miraba hacia lo lejos y atentamente escuchaba un ruido constante. Tratando de descubrir que era, les dice a sus hermanos lo que siente. Los tres en silencio, sin emitir ningún ruido, oyen un pequeño sonido que era muy agradable a los oídos. Javier levemente susurra; “Es agua”. El trío comienza a caminar con la finalidad de acercarse más a la melodía. Ignacio fija atentamente la vista en un pequeño reflejo de un destello de rayo de sol, corre hacia él, y grita a sus hermanos “¡Es una vertiente! ¡Tenemos agua!”. Fernando, Javier e Ignacio deciden volver donde sus hermanas, y para no perder el grandioso hallazgo, comienzan a quebrar ramas de pequeños árboles y así regresar.
Mientras tanto las hermanas detenidamente recorrían la playa para ver que encontraban. Antonia distingue a unos pocos metros un risco, sujeta fuertemente la mano de su hermana y corre velozmente hacia él para observarlo de más cerca. A los pies del risco, escondida entre las rocas se asomaba la entrada de una cueva. Inmediatamente Antonia pensó que ése sería su refugio. Entusiasmada con la idea, decide ingresar a este inmenso agujero, pero Alejandra toma su mano impidiéndoselo, y le dice: “¡Estas loca! ¡Qué pasaría si hubiese algo allí adentro, capaz que hayan murciélagos o algún animal salvaje!”. Antonia se detiene y profundiza en las palabras de su hermana. Pues no quería morir a garras de depredadores, y sobre todo delante de su hermana.
Pero aun así el deseo de ingresar a la cueva no la detuvo frente al riesgo, tomó una roca del tamaño de un balón de fútbol y la azotó contra el peñasco. Intrépidamente la idea que había pasado por su mente, se había vuelto realidad. Tan grande fue el golpe que recibió la roca, que se fragmentó en múltiples pedazos, de los cuales uno de los más grandes tenía en sus bordes filo. Alejandra rió por la intrepidez de su compañera diciéndole: “¿Con eso te defenderás? “.
“Claro que sí”, respondió Antonia segura de lo que decía. “Quédate fuera por si llegan los chicos, yo entraré a investigar si es un lugar seguro para todos”.
Alejandra impotentemente ve cómo se aleja la silueta de su hermana dentro de la cueva. Sin saber qué hacer, y con la vaga sensación de no volver a ver a Antonia, se aleja de la caverna y se sienta esperándola en una roca a la orilla del mar.
Al llegar al punto de encuentro acordado, los niños vieron que sus hermanas no se hallaban. Ignacio preocupado por ellas, buscó y siguió las huellas marcadas en la arena. Cuando al fin encontraron a Alejandra jugando entre las pequeñas olas, pudieron ver lo que las chicas habían descubierto.
Al pararse Fernando en la entrada de la cueva, ve regresando a su hermana de las profundidades de ésta.
¡Tonta! ¿Cómo se te ocurre arriesgarte tanto? -le dice él.
¡Cierra tu boca y escucha lo que te voy a decir! – responde - este lugar es increíble, ningún animal habita la cueva, solo insectos y plantas pequeñas, es un lugar perfecto para dormir y refugiarnos en él, incluso hay un pequeño riachuelo que emerge de un lugar entre las rocas.
Al escuchar las palabras de Antonia, los cinco hermanos se miran entre sí, y sin decir ninguna palabra todos toman la decisión de entrar a la cueva para observar con sus propios ojos, el increíble lugar; su refugio.
Ignacio menciona la claridad que existe dentro de ésta. Por lo que era un lugar perfecto para hospedarse mientras estuviesen en la isla y a la vez les comenta a sus hermanos del otro asombroso hallazgo que ellos encontraron. Pero para su nuevo hogar debían buscar objetos para implementarla, como también tratar de cerrar un poco la entrada. Para esta última tarea los niños salieron en busca de ramas lo suficientemente largas como para utilizarlas de soporte y poder cubrirlas con hojas de palmeras. Las niñas se dedicaron a limpiar la cueva por dentro, quitando algunas plantas y piedras para dejar un lugar donde dormir. Alejandra sale de la cueva y mira a su alrededor. Toma los restos de piedras destruidos por su hermana y camina hacia las palmeras; con la piedra afilada, corta las hojas de las plantas y fabrica ropa entrelazando las hojas entre sí, y al reunir un buen resto de ellas, las arrastra hacia la cueva y dice, con una pequeña sonrisa en su rostro a sus hermanos:
“Traje nuestras camas…”
Sus hermanos la miran, y riéndose corren a ayudarla, reuniendo más hojas para fabricar sus camas.
Al terminarlas, se ponen de acuerdo para ir a buscar alimentos para la noche, sacando frutos de las palmeras, como cocos, plátanos y semillas comestibles.
Así pasaron la tarde y llegó la noche, la cual trajo consigo al frío.
Cuando todos estaban reunidos dentro de la cueva. Era tanto el fresco de la noche, que sin nada más abrigado para taparse que lo que ellos mismos habían tejido, comenzaron a idear la forma de obtener fuego.
Se les ocurrieron variadas formas, algunas extrañas y otras sacadas de películas o cuentos, pero habían llegado a dos soluciones: una era intentar con dos piedras chocándolas hasta lograr alguna chispa que prendiese las hojas y pastizal seco y la otra frotando dos ramas entre si y, obtener que por medio de la fricción y calor se prendiese.
Se dividieron en dos grupos, con la intención que con un poco de suerte a uno le resultase. Y así fue, no más allá de media hora, Fernando y Alejandra lo habían logrado con los palos; ahora solo tenían que estar atentos de alimentarlo constantemente, para que no se les apagara.
Cuando se fue avivando el fuego, todos los niños se inclinaron hacia él para calentar sus cuerpos.
Como ya era tarde, cada minuto que hacía pasar la noche fue cargando sus párpados de sueño. Ignacio miró a sus hermanos y les dijo:
“Doy gracias a Dios porque estemos los cinco sanos y salvos dentro de este refugio”.
Acomodó las camas todas cercas unas de las otras rodeando la fogata y alrededor de esta última, colocó piedras a su alrededor con la intención de que ésta no creciera.
Y se acostaron todos abrazados, esperando que pronto los fueran a socorrer.
Al día siguiente, cuando Javier abrió sus dulces y enormes ojos, observó detenidamente cómo los rayos del sol se asomaban por los pequeños agujeros del riachuelo. Elevó su cuerpo quedando sentado y extendió sus brazos, avisando que ya era de día.
El fuego se había consumido, pero el sol de la mañana era tan poderoso, que al grado que se hacía más tarde, los abastecía de calor. Antonia recogió las cáscaras de los cocos partidos y razonó que ellos servirían para transportar agua e incluso calentarla. Por esto, aglomeró agua del riachuelo en los cocos y en grandes hojas que también servirían de fuentes. Se lavó el rostro y limpió su cuerpo, Alejandra la siguió en el mismo proceder.
Ignacio en sus cualidades de audacia y aplomo, creó con las piedras afiladas y una rama fuerte y corteza sacada de un árbol; una lanza. Todo esto, con el fin de ir a pescar.
Muy seguro de que su herramienta serviría, la cogió y se dirigió a los árboles para ensayar su puntería. Pero aun así no lo logró, pues no se veía ningún pez.
Mientras tanto, Fernando se acercó a los roqueríos de la playa y comenzó a buscar moluscos pegados a rocas o enterrados, peces, crustáceos. Él sabía que aquellos se podían consumir crudos, asados o hervidos.
Javier se había enfocado en la tarea de la recolección de madera, hojas o maleza seca para alimentar el fuego cuando cocinaran o para la noche.
Por otra parte Antonia y Alejandra se dedicaron a recolectar frutos frescos para comer.
Al rato después, con mucha suerte, Fernando haya moluscos pegados a las rocas y los lleva hacia donde estaba Antonia. Ella con el agua hervida dentro de los cocos y en una nueva fogata creada por las manos de Javier, cocinaron los moluscos y los consumieron con gran alegría.
Luego de comer al fin, después de tanto trabajo. Pensaron en cómo podrían comunicarse con otros para que los fuesen a rescatar.
Encendieron fuego en la playa, para que el humo negro de éste se viera como señal, subieron al lugar más alto de la isla, para ver si existían más islas a su alrededor o solo estaban rodeados de agua, pero a pesar de todos los esfuerzos, no recibían ninguna señal.
Así con el pasar de los días siguieron aprendiendo a sobrevivir en este lugar nunca antes tocado por el hombre, y manteniendo la firme esperanza de que alguien los encontraría y sacaría de ahí.
… Como cada nuevo día, ya estaba saliendo el sol, y podían ver con mayor claridad donde se encontraban; agotados, medio desnudos y con frío, estaban todos juntos tratando de darse calor. No comprendían aun que había sucedido, pero una sola cosa era clara:
ST-FR